Durante todo el día no dejo de
pensar en ella.
Siempre creí, y sigo creyendo,
que moriré entre sus infinitos brazos que me envuelven incansables durante la
mayor parte del día.
Los sentimientos que siento
hacia ella son de amor-odio.
La mayoría del tiempo llego a
odiarla con toda mi alma, y deseo con todas mis fuerzas que desaparezca y no
vuelva jamás.
Las únicas veces que la amo y
la necesito son las que saco algo de provecho…soy un interesado y bastante
egoísta, lo admito, pero ¿Quién no lo es?
Nadie hace nada sin recibir algo a cambio, aunque tan solo sea la satisfacción
personal de ayudar, pero si ni siquiera ganas eso, ¿Para qué hacerlo?
El problema que se pasea por
mi cabeza de esta perpetua relación es, que lo que recibo a cambio de su compañía
son, en su mayoría, noches en las que las lágrimas diluvian desde mis ojos, y
el corazón se quiebra provocando un dolor interno para el que no existe cura; y
sólo son unas ínfimas horas de satisfacción e inspiración a lo largo de la
semana las que me brinda su amorosa y odiosa compañía.
Creerme cuando os digo que he
pensado en dejarla muchas veces, incluso la he intentado dejar…pero siempre en
vano. La única forma de dejarla tiene un coste tan alto, que sólo se puede
pagar con la vida. Y de ahí el eterno dilema. Quedarse así con esta
despreciable sensación de reclusión perpetua, o pagar el altísimo coste por mi
liberación.
Si no soy feliz es porque no
estoy viviendo como debiera, eso es un hecho.
También es cierto que todo
puede cambiar, porque recordemos que el futuro no está escrito, aunque siempre
viene con un pequeño prólogo. Por todo esto, siempre hay que pensar que
cambiará, y lo único que hace falta para conseguirlo es aguantar.
Así
que aguantaré como sea, con la esperanza de que mi creencia de morir en los tristes
y fríos brazos de la soledad no llegue a cumplirse nunca.
R.R.Almeida
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