No sé cómo acabé aquí, en este
fétido y oscuro barrio de yonquis.
Probablemente el haber consumido
cocaína sin discreción ha ayudado a llegar a esta situación. Con dieciocho años
y no pudiendo pasar un maldito día sin consumir ese oscuro pero blanco polvo.
Me desperté bastante temprano en
la chabola en la que vivo, la cual era de un colega. La mañana era calurosa, y
más metido en un cuchitril como es la chabola.
Salí a la calle y, como no tenía
ni siquiera un cigarro para fumarme, decidí ir al centro de la ciudad…para
robar dinero, o cualquier cosa que pudiera cambiar por coca.
Todos los días parecían igual,
robar, consumir, robar, consumir. Esa monotonía era insoportable, parecía una
enfermedad crónica, nunca acababa, era una historia interminable…pero es lo que
me he labrado por entra en este lúgubre mundo.
Fui andando hasta el centro de la
ciudad, observando a la gente, buscando alguna persona débil y descuidada. Me
fijé en una anciana que caminaba unos metros delante de mí. La fui siguiendo
hasta que no había nadie más, y corrí hacia ella; agarré el bolso y de un tirón
se lo quité. Continué corriendo como si me persiguiera una jauría de perros,
mientras la anciana caía al suelo y pedía ayuda; no sentí el más mínimo
remordimiento, sólo me importaba que el bolso contuviera algunos euros. Cuando
ya estaba lejos y solo, abrí el bolso y lo registré…sólo tenía cincuenta euros
y algo de calderilla; tiré el bolso en un contenedor y compré tabaco en un bar
cercano. Me fumé un par de cigarros de camino al barrio, y una vez allí, compré
un gramo de coca.
Estaba nervioso por las ganas de
fumar ese amargo y blanco polvo…y aún lo tenía que cocinar para transformarlo
en cocaína base. Me apresuré por llegar a mi chabola, y al entrar me senté en
mi sofá, cogí una cuchara, volqué medio gramo en ella, y le añadí un poco de
amoníaco y algo de agua. El pulso me temblaba y temía que se me cayera todo.
Calenté la cuchara con un mechero hasta que pasó de ser cocaína cruda a ser
base.
Con la ayuda de una servilleta de
papel fui quitando el líquido que quedaba, y con otra sequé la blanca pasta. La
piqué con una navaja y puse un poco en mi botella…cada vez temblaba más, sudaba
y parecía que algún ser recorría mi cuerpo. Fumé de la botella y aquel maligno
humo me calmó…aunque mi cuerpo sólo pedía que volviera a repetir. En el fondo sabía que me estaba matando de
una forma muy dolorosa y exasperante…aun así, el control al que me sometía esa
amarga amante, inhibía todo intento de dejarlo. Fumé una vez más y me quedé
tumbado en la cama un par de minutos. Cuando abrí los ojos, estaba un conocido
del barrio, y por su cara apostaría que hoy aún no fumó nada.
-Tío- me dijo- invítame a una calada, tengo un mono que me
come por dentro.
Pensé en invitarle a una, alguna
vez también me invitó…aunque más tarde probablemente me arrepentiré. Le dije
que se sentara, y saqué otra botella, le eché un poco a él y yo también me
cargué la mía. Nos la fumamos, pero él no parecía estar complacido, y yo no
pensaba invitarle ni a una más.
-Venga tío- me dijo- invítame a
otra más.
-¡No!- le grité- sal y búscate
algo de pasta. Yo ya cogí un bolso, y me queda poco.
Él me agarro…el mono ya le estaba
haciendo perder la cabeza, y como había visto antes, podía crear peleas en
personas que se apreciaban mutuamente. Yo agarré su mano, la quité de mi brazo,
y mirándole a los ojos le dije:
-Como me vuelvas a tocar, te
comes el cenicero.
Si algo aprendí en los meses que
llevo aquí, es que con el tipo de personas que vivimos esta vida, la confianza
y la amistad pueden dar un giro de trescientos sesenta grados, y no se podía
ceder lo más mínimo.
Se me encaró, agarré el cenicero
de cristal que tenía a mano, y lo reventé contra su boca. Creo que le rompí
algún diente…el cenicero se destrozó en mi mano, que sangraba bastante…aunque
no tanto como su boca. No paraba de gritar, el muy cabrón.
-Te avisé- le dije mientras le
pegaba un empujón para sacarlo de mi chabola- lárgate y no vuelvas.
Se fue corriendo y tapándose la
boca…yo sabía que volvería, aquí la venganza es parte del almuerzo de cada día.
Me fumé lo que me quedaba de base, que era apenas una calada, y salí a comprar
un bocadillo. Después de gastarme lo que me quedaba en el bocata, volví a estar
sin blanca…aunque aún me quedaba medio gramo.
Me comí el bocadillo de
mortadela, y volví a mi chabola a fumarme el medio gramo que tenía guardado en
el dobladillo inferior de la camiseta; lo guardo ahí siempre por si me para la
policía…ahí nunca me lo encontraron. Entré en mi chabola, y repetí el proceso
de cocinar la coca para que pasara a ser base, y empecé a fumar.
Cuando fumo, a veces pienso en mi
vida antes de atarme esta piedra al cuello y saltar al mar…en mis colegas, mi
familia, y en lo que creía que sería mi futuro. No pasó mucho tiempo, cuando me
di cuenta que no quedaba nada de fumar…decidí salir para intentar robar algo.
Ya era de noche, el mejor momento
para trabajar. Me dispuse a ir al centro de la ciudad, a una zona de pubs en la
que los chavalitos iban a hacer botellón. Tardé media hora en llegar, pero
había bastante gente bebiendo en los aparcamientos.
No quería tardar mucho en volver
al barrio con algo de pasta, así que fui al callejón que usaban a modo de baño.
Me puse la capucha de mi sudadera, metí las manos en los bolsillos, y con la
mano derecha agarré mi navaja. Sólo vi un grupo de tres chavalas al que me
acerqué. Al verme, sus caras cambiaron drásticamente; se notaba desconfianza y
miedo en cada una de sus inocentes caras.
Con rapidez le puse la navaja a
una en el cuello, y les dije que me dieran todo el dinero y lo que tuvieran de
valor. No dudaron ni un segundo en dármelo, algo lógico viendo mi ropa y mi
enmonada cara. En cuanto tuve todo el dinero y pendientes de oro en mis manos,
salí de allí corriendo en dirección al barrio.
De camino pensaba en las chavalas
a las que acababa de atracar, y me acordé de mi amiga de la infancia, tendrá
una edad parecida a la de ellas…y a la mía. Era la primera vez que sentía algo
parecido a los remordimientos…aunque desaparecieron fugazmente al comprar algo
de coca y fumármela en mi triste chabola. Me resultó extraño que nadie
apareciera por aquí…pero mejor, tenía coca, ¿Qué más podía necesitar? Cuando me
quedaba apenas un par de caladas, me tumbé en la cama e intenté dormir; guardé
las dos caladas para cuando despertara.
Dormitando pensaba en mi amiga de
la infancia, y en las cosas que había hecho desde que me adentré en este
mundo…sentí el remordimiento de aquellas acciones.
Al no poder dormir, me senté en
la cama y preparé otra calada. Me la fumé, y volví a tumbarme para intentar
conciliar el sueño.
Resultaba imposible, parecía que
el recuerdo de mi amiga era la puerta hacia miles de recuerdos de toda mi joven
vida…pensaba en el día que dejé mi pueblo, mi familia, mis amigos, y todo lo de
mi alrededor para venir aquí, a este apestoso y caótico barrio…para poder estar
más cerca de esa deseosa y odiosa amante que es la cocaína. El día que me
atrapó completamente no lo recuerdo, nunca pensé en acabar aquí…pero aquí me
encuentro. La pregunta que me hago todas las noches, y a la que no encuentro
respuesta es ¿Podré salir de aquí? Entre tantos pensamientos me quedé dormido.
Sentí un golpe en la cara que me
despertó. Abrí los ojos, y vi un puño darme otro golpe. Me incorporé y vi que
era el idiota al que le partí un cenicero en la boca. Cogí un cuchillo que
tenía a mano e intenté pincharle en el estómago. Retrocedió un par de pasos, y
aproveché para ponerme de pie. Él saco una navaja e intentó cortarme, pero lo
esquivé por suerte. Se notaba el odio en sus ojos…y en su boca.
-Lárgate de aquí- le dije- o
acabarás muy mal…te lo aseguro.
A lo que me contestó con una
carcajada y diciéndome:
-Estás muerto cabrón, te vas a
arrepentir de haberme reventado la boca con el cenicero.
Me lanzó otra cuchillada, y con
mi brazo izquierdo aparté su mano y le clavé mi cuchillo en su estómago. Su
cara en ese momento estaba descompuesta de dolor…nunca la olvidaré.
Soltó la navaja, se tocó la
sangrante herida, y retrocedió lentamente mientras miraba la sangre salir de su
interior y junto a ella sus fuerzas. Alzó la cabeza para mirarme a los ojos, y
terminó por desplomarse.
Le dije que se lo había
advertido. Estaba tembloroso y cada vez más pálido. Parecía que quisiera
decirme algo, pero en apenas un minuto, expiró su último aliento.
Dejé el cuchillo sobre la mesa,
saqué el cadáver fuera, y lo dejé entre unos matorrales tras mi chabola. Me
lavé las manos, y a continuación el cuchillo. Estaba bastante nervioso, por
suerte me quedaba una fumada de la noche anterior. Me la fumé…pero el
nerviosismo no cesaba.
Realmente no tenía de que
preocuparme, él no tenía familia…nadie le echaría en falta, y dudo que alguien
lo fuera a buscar…eso me recordó que si me pasara algo a mí, nadie me
buscaría…ni mi familia, ni mis amigos, nadie se preocuparía por mí…porque nadie
sabe dónde estoy. También pensé que cualquiera de estos días podría ser yo
quien estuviera entre los matorrales muerto. Por primera vez en bastante
tiempo, quería de verdad salir de aquí…pero cómo.
Mi cuerpo empezó a pedirme algo
para calmarlo. Después de esta angustiosa noche, y de haberle quitado la vida a
otra persona para defender la mía, comencé con mi monótona vida.
Caminé hasta el centro de la
ciudad, a una zona en la que se reunían algunos chavales de familias
adineradas. Siempre que caminaba por las calles, la gente de mí alrededor me
miraba con cara de desprecio y miedo, cosa que no me extrañaba. Cuando empiezas a vivir del modo que yo lo
hacía, comienzas a despreocuparte de cosas que a cualquiera le pueden parecer
de lo más normal, cosas como la higiene y la apariencia, comer bien todos los
días, beber bastante agua, y muchas otras cosas. Desde que estás real y
totalmente enganchado, sólo te preocupa una cosa…poder comprar todos los días
ese atrayente polvo blanco. Para ello se hace lo que sea necesario, desde robar
a viejas indefensas, a quitarles todo lo que tienen en los bolsillos los
niñatos a los que los padres les compran
todo lo que piden…da igual, lo que sea con tal de conseguir dinero para calmar
los nervios que recorren el cuerpo cuando el mono se empieza a despertar.
Caminando a paso ligero llegué a
la zona de reunión de los chavalitos; hacía cuatro meses que no pasaba por
aquí. Observé a quienes estaban por los alrededores y me centré en un grupito
de cuatro niños. Me acerqué con la navaja en la mano, y sin decir nada, les
metí la mano que me quedaba libre en sus bolsillos y saqué todo lo que tenían;
algo de dinero, unos móviles y unas cadenas de oro. Estaban literalmente
temblando de miedo. Sin decir nada me fui de allí rápidamente, y volví al
barrio a cambiar todo lo que conseguí por coca; el dinero lo guardaría para más
tarde.
No tardé mucho en volver al
barrio…ni en cambiar los móviles y el oro, por los que me dieron cuatro gramos.
Me encerré en mi chabola, cociné un gramo y me lo fumé bastante rápido.
Se me ocurrió pasarme por casa de
un coleguita del barrio al que llaman Navaja, y que siempre disponía de alguna
chavalita que me pudiera dar placer a cambio de algo de polvo.
Fui a casa de mi coleguita, la
cual no está muy lejos de mi chabola. Al llegar llamé a la puerta y escuché al
Navaja preguntar:
-¿Quién es?
-¡Yo, abre la puerta!
A los pocos segundos me abrió la
puerta y pasé. La pequeña casa seguía igual que siempre, dos sofás, una mesa, y
los utensilios para cocinar la coca junto a las botellas para fumar.
Sentados en el sofá se
encontraban un hombre al que nunca había visto antes, y la Niña, una joven
asidua al barrio por el gran enganche que tenía a la cocaína y heroína; le
decimos la Niña por su corta edad, diecisiete años.
El Navaja se sentó en una punta,
y yo entre él y la niña. Saqué un medio, y le pedí una cuchara al Navaja;
preparé la base y fumé una calada junto a mi coleguita. Lo que tenía pensado
era fumar, beber algo y follarme a la niña…o al menos que me la chupase como
otras tantas veces.
Invité al Navaja y a la niña a
una calada…al otro no, no lo conocía de nada. El desconocido también le dio una
a cada uno y se fumó la otra; acto seguido el Navaja le dijo a la niña:
-Venga, métete debajo de la mesa
a trabajar.
La Niña se arrodilló y se puso
bajo la mesa que estaba tapada por un gran mantel. Yo ya sabía que ocurriría a
continuación. Cuando la Niña pasa a estar debajo de la mesa, es para darle un
repaso a todos los que están sentados en torno a ella. Sé que puede parecer
algo asqueroso y denigrante para ella, pero a mí me importa una mierda, y a
ella también con tal de poder drogarse. Haría eso y mucho más. Los tres
disfrutamos del trabajito de la Niña, y se lo agradecimos volviéndola a
invitar.
Pasamos un rato charlando,
fumando y disfrutando del magnífico don de la Niña para esos trabajos bajos.
El tipo desconocido era
abogado…quién lo pensaría viéndolo aquí, aunque no era el único que conocí en
el barrio…he conocido desde yonquis, camellos, y putas, hasta abogados,
policías, dentistas, y médicos, sin contar otro gran abanico de oficios que
pasaban por el barrio…así me di cuenta que no te puedes fiar de las
apariencias…aunque a veces es mejor hacerlo.
Después de estar fumando junto a
la Niña, el Navaja, y el abogado, decidí comprar más y volver a mi chabola…aún
tenía que enterrar al bastardo que intentó matarme.
Compré un gramo más, y fui
directo a mi hogar…el mío y el de decenas de insectos y pequeños roedores.
Antes de enterrar al despojo humano que yacía tras mi chabola, me fumaría una
buena calada; tras esa calada, cogí la pala que guardaba bajo la cama, y salí.
Arrastré el cadáver unos cuantos
metros más al fondo y cavé una pequeña zanja, justo para que cupiese; lo tiré
dentro y lo enterré. Este esfuerzo me dejó bastante cansado, así que volví al
interior de la pequeña chabola. Una vez dentro, preparé un poco más de base, me
la fumé, e intenté dormir un poco y dejar el día atrás.
Cuando desperté, me puse a pensar
en el sueño que acababa de soñar…mientras me preparaba una fumada, por
supuesto. Soñé con mi amiga de la infancia, pero porqué con ella; éramos como
hermanos, hasta que me fui de mi pequeño pueblo sin avisar a nadie. Con ella me
fumé mi primer porro…aunque ella nunca pasó de ahí. Yo poco después probé la
cocaína, y tras varios fines de semana consumiendo, llegó el día en el que no
podía salir de fiesta sin esnifar ese amargo polvo. Aún recuerdo cuando decía
que no pasaba nada, que sólo era para divertirme…y cuántas mañanas me desperté
con mi cara sobre la almohada encharcada en sangre que salía por mi nariz. Mi
amiga siempre odió la cocaína, aunque nunca supo que yo consumía. Quizá por eso
sueño con ella, con su voz pidiéndome que salga de aquí, de este asqueroso
mundo de muertos en vida. Tras unas cuantas fumadas y un momento de recuerdos
nostálgicos, debía salir a buscar algo para comer, y comprar algo más de coca;
aún me quedaban algunos euros de los niños pijos.
Compré un bocadillo de mortadela,
y cuando iba a comprar medio gramo, me encontré con un par de chavales que
nunca antes vi por aquí; un gordo y un delgaducho. Se veía que estaban buscando
algo con lo que colocarse. Me acerqué, y les pregunté:
-¿Queréis algo de coca buena?
-Sí- respondió uno de ellos-
Estábamos buscando a nuestro tío que vive por aquí, pero no está en casa.
A mí me importa una mierda sus
historias y quién fuera su tío. A ver si logro sacarles algo.
-Vale, ¿Cuánto queréis?
-Un pollo. Cincuenta euros, ¿no?
-Sí, trae el dinero y esperad
aquí, volveré en un par de minutos.
Los chavales se miraron y
probablemente pensaron, ¿Nos fiamos? Uno de ellos sacó un billete y me lo dio.
Rápidamente me acerqué un par de calles más arriba y compré algo de corte, que
era básicamente laxante; también compré un gramo para mí. Volví y les di una
bolsita con un gramo de corte, que se vendía muy barato…eso les pasa por fiarse
de mí sin conocerme de nada. Me despedí de ellos y me fui a pillar un poco de
heroína para mezclarla con algo de base y fumármela en un trocito de papel de
plata. Deseoso de fumar el “rebujao”, que es como se le llama a esta mezcla, no
tarde mucho en llegar a mi triste chabola.
Repetí la monótona tarea de
transformar la coca en base, y en un rectángulo de papel de plata puse un poco
de base y heroína, quemé la parte de abajo, y mientras esa oscura gota iba
recorriendo todo el papel, yo aspiraba el humo que desprendía con la ayuda de
un tubito; tras darle un par de fumada más, me tumbé y comencé de nuevo a tener
pensamientos nostálgicos de mi añorada amiga. También pensé en las ganas de
salir de aquí, y en cómo podía mi enganche a la droga controlarme como a una
marioneta.
En lo más profundo de mi ser,
quería salir de este maldito mundo, y tener una vida normal; amigos, una casa,
un trabajo, una familia, una tele, un coche…lo que se supone que es una vida
normal…especialmente ser libre, no estar encadenado a una malévola sustancia
que no hacía otra cosa que destruirme…pero no consigo evitar las ganas de
fumar, y pienso que viviendo aquí jamás lo conseguiré. Volví a hacerme la
pregunta que tantas veces me hice… ¿Podré salir de aquí?...eso espero. Me
preparé otra calada, y cuando estaba fumándomela, un colega entró en mi
chabola. Era un colega de un pueblo cercano a la ciudad, que venía
habitualmente aquí a fumar, y siempre me invitaba.
-¡Coño, tío, ¿Qué haces aquí?!-
le pregunté a mi colega.
-Pues a pasar un rato aquí
contigo. Toma- me dijo dándome un billete de cincuenta euros- tráete un buen
gramo.
Cogí el dinero, y salí en busca
del gramo. Me acerqué a la casa donde compraba la mayoría de las veces, y a la
que llevaba algo de clientela que me encontraba por el barrio. Mientras
caminaba hacia la casa, me topé con una mujer del barrio, amiga mía, y también
enganchada…mayormente a la heroína inyectada. La saludé, y la invité a pasar un
rato en mi chabola. Me dijo que iba a comprar algo de caballo, y se pasaría por
allí; yo continué mi camino. Compré el gramo de coca, y volví escopetado para
fumar con mi colega.
-¡Ya estoy aquí!- exclamé.
-Bien, trae la coca, yo la
cocino.
Se la di, y en apenas un par de
minutos ya estábamos cargando las botellas para fumar. Justo cuando terminamos
de fumárnosla, entró mi amiga del barrio. Muchas tardes las pasaba con ella,
aunque no me gustaba nada que se chutara…la dejaba como una mierda. Mi colega y
yo la saludamos, y ella se sentó a mi lado.
-Voy a prepararme un chute- dijo
ella- no aguanto más, y llevo desde la mañana sin meterme nada en el cuerpo.
-Nosotros preparemos otra fumada-
dijo mi colega.
Volcamos un poco más de base en
la botella, y nos la fumamos. Mientras, mi amiga del barrio preparaba la heroína
en la cuchara para inyectársela; se rodeó el brazo con una cuerda elástica, y
se la inyectó. Cayó hacia atrás sin apenas darle tiempo a sacarse la
jeringuilla. Le había pasado muchas veces, y casi siempre estaba yo al lado de
ella…le saqué la aguja, y apreté con un papel en la herida que le provocó; al
poco tiempo volvió a incorporarse.
-¡Uff!- exclamó ella- cómo me ha
subido.
-Cualquier día…no te levantarás
más- le dije a mi amiga- y lo malo es que seguro estoy a tu lado.
-Joder tío- replicó ella- no digas
eso.
-Toma- le dije ofreciéndole mi
botella- fuma un poco.
-Gracias.
Mi colega cargó su botella
también, y fumaron una calada de base, mientras yo le daba otra fumada a la
plata. Comenzó a anochecer, y el calor empezaba a darle paso al frío nocturno.
-Que bien que llega el fresquito-
comentó mi amiga.
-Sí- dije yo- este calor es
inhumano.
-Bueno- dijo mi colega- ya que ha
oscurecido, voy a ir tirando para casa.
-Venga, nos vemos- le dijimos
ambos al unísono.
Ya estando los dos solos, preparé
un par de fumadas más, y aspiramos el humo de las botellas como si no
hubiéramos fumado en días.
-Voy a por medio gramos más- le
dije a mi amiga.
-Vale, te espero aquí.
-Compraré también un par de
bocadillos.
-No tengo mucha hambre, pero
vale.
Salí de mi chabola rumbo a casa
del camello. De camino a ella, pensé sobre lo duro que sería estar enganchado a
la heroína también…menos mal que nunca la he querido probar intravenosa…si la
cocaína base me crea un mono por el cual sería capaz de cualquier cosa con tal
de calmarlo… ¿Qué haría si estuviera así? Cada segundo que pasa, hay una parte
de mi cerebro que me grita ¡Huye!...pero la parte que está total y
completamente enganchada a esta mierda, que es la mayor, hace que la otra huya.
Es como el ángel y el demonio que metafóricamente están en nuestros hombros, no
pueden convivir juntos, y uno de ellos debe morir, sólo espero que el ángel no
acabe por suicidarse.
Compré el medio gramo, y me
dirigí a la tienda a por un par de bocadillos de mortadela; también compré un
batido de chocolate y un rollo de papel de plata con el dinero que me sobró.
Caminé hacia mi chabola, y al
entrar vi a mi amiga del barrio tumbada, y con la jeringuilla clavada al brazo.
Me acerqué para quitársela y me dijo:
-¡No me pegues por favor!
Me quedé asombrado con esa
frase…jamás le puse una mano encima.
-¿¡Qué!? No te voy a hacer nada,
soy yo.
-¡Llévatelo todo, no me pegues!
-Pero qué dices, ¡estás
delirando!
En ese instante comenzó a bajar
el tono de su voz, y los labios y uñas iban pasando a un tono azulado. Me di
cuenta que le estaba dando una sobredosis, y no podía dejar que se durmiese. La
abofeteé en la cara para que reaccionase…pero era inútil. Sus brazos y una de
sus piernas comenzaron a sufrir espasmos…todo iba a peor. No paraba de
preguntarme qué debería hacer, me estaba quedando paralizado al verla
así…finalmente se quedó inmóvil. Le tomé el pulso, y era casi inexistente…poco
tiempo después, su corazón dejo de latir. Me senté a su lado, la miré, y lo
único que se me pasó por la cabeza fue pegarme una fumada bien grande. Parecía
que mi mente trataba de huir de la realidad. Preparé la cocaína, me fumé dos
caladas seguidas, y tras estar tumbado unos minutos, decidí sacar el cadáver de
mi amiga fuera de mi chabola…no podía dejarlo aquí, ni llamar a nadie…mañana lo
encontrará alguien.
Saqué el cadáver de mi amiga, y
lo arrastré, sin que me viera nadie, a un muro cercano; deje la jeringuilla
junto a la cuchara, y me volví a mi chabola. Allí me tumbé en la cama, intenté
dormir, pero me era imposible. Debía salir de aquí…pero ¿cómo? Tras varias
horas de tortura mental, logré quedarme dormido.
Desperté por un alboroto que
provenía de fuera. Me levanté, y me asomé…estaba la policía; no había duda de
porqué estaban allí. Salí de mi chabola, e intenté pasar desapercibido entre
las personas. Observé el cadáver de mi amiga dentro de una bolsa de plástico
negra, y antes de que hicieran alguna pregunta, decidí salir del barrio, y
buscar algo de pasta para pasar el día.
La mañana estaba siendo muy
calurosa, y empeoraba con el paso del tiempo. Mientras caminaba por la ciudad,
pensaba en mi amiga del barrio…sentía algo parecido a los remordimientos, no
porque fuera mi culpa, si no por no haber hecho nada…aunque ¿Qué podría haber
hecho yo? También se paseaba por mi mente la posibilidad de que fuera yo quien
estuviese tirado en un descampado entre los matojos…ella se chutaba, además de
consumir lo mismo que yo, pero eso sólo significaba que mi sufrimiento sería
más largo…igualmente acabaría en una bolsa de plástico negra. Jamás podré
olvidar la imagen de su cuerpo en el suelo, la jeringuilla clavada, su cara
azulada, y todos los momentos que pasamos juntos. Por primera vez creo tener
fuerzas para intentar dejar este oscuro, caótico, y nauseabundo mundo.
Caminando sin rumbo pensaba en cuál sería el primer paso para salir de aquí.
Sin una mínima estabilidad no sería capaz.
Callejeando acabé en una calle en
la que sólo se veía una chica de espaldas dirigiéndose a un bloque de pisos. Me
puse la capucha de mi sudadera, saqué la navaja de mi sucio pantalón, y me
acerqué a ella; llegué justo cuando abrió la puerta. La agarré por detrás, la
empujé dentro del bloque de pisos, y la apunté con mi navaja. Ella se dio la
vuelta, y quedé estupefacto al ver su rostro…era mi amiga de la infancia.
El tiempo se detuvo, o eso me
pareció a mí al pasar tantas cosas por mi mente…tantos momentos felices,
momentos en los que disfrutábamos sólo con la compañía, grandes momentos de
risas y diversión, y todo ello sin tener que estar abrazado a la odiosa amante
que es la cocaína. También sentí una vergüenza descomunal porque me viera así…
Su rostro también estaba
paralizado… ¿Qué se le estará pasando por la cabeza? El tiempo comenzó a
trascurrir de nuevo al escuchar su inolvidable voz decirme:
-¿Eres tú?
Al escucharla, y no sé por qué,
salí corriendo sin mirar atrás; no paré hasta estar unas calles más lejos. Me
empecé a hacer diversas preguntas:
¿Qué pensará de mí? ¿La volvería
a ver? ¿Querrá verme? ¿Por qué me fui de ahí, si estoy deseoso de hablar con
ella? No sabía qué hacer, así que me senté en la acera, puse mis manos en mi
cara, y me quedé pensando qué hacer. Por primera vez en mucho tiempo, no sentía
la necesidad de fumar base, otras sensaciones recorrían mi cuerpo. La vergüenza
de que me vieran así, la tristeza de estar como estoy, y la impotencia de no
saber qué hacer en esta situación. Noté a alguien agacharse frente a mí.
Levanté la mirada, y ahí estaba…Lara. Mirándome con sus grandes y preciosos
ojos verdes, y con su larga melena morena ondeando al viento, me dijo mientras
me abrazaba:
-Sabía que eras tú.
-Lara- le dije con voz
temblorosa- …no sé qué decir.
-Pues yo tengo tantas preguntas
que hacerte…empezando por dónde has
estado. Hace muchísimo que desapareciste.
-Ya me ves, la cocaína me ha
consumido como el fuego al papel.
-Y… ¿Dónde vives?
-En una chabola que está en un
barrio lleno de drogadictos y camellos…no es muy aconsejable vivir ahí.
Se notaba el asombro en su cara
mientras una lágrima descendía por su rostro.
-No llores- le dije- no merece la
pena hacerlo por mí, yo solo me metí aquí.
-¿Cómo dices eso? Me entristece
verte así. Hemos crecido juntos, toda nuestra infancia y parte de nuestra
adolescencia. Me he preguntado todo este tiempo si estarías bien o no.
-Bueno, digamos que he estado
sobreviviendo, y a la vez suicidándome lentamente con la cocaína.
-Vayamos a mi casa, te daré algo
de ropa y tomaremos un café. Tienes mucho que contarme.
Acepté, aunque me costó decirle
que sí…seguía estando avergonzado.
De camino a su casa charlábamos
sobre la infancia, nuestras trastadas y todo lo que hacíamos por aquella época.
Parecía mentira, pero ese rato lo pasé bien, y nuestra amistad parecía seguir
exactamente igual que antes de mi marcha; tampoco me acordaba de la cocaína,
sólo de los buenos momentos que pasamos juntos, Lara y yo. Por el camino
también me habló acerca de lo que estuvo haciendo. Su padre le está pagando un
piso y la universidad, junto a todos los gastos. Es su primer año, y seguro lo
aprobará, siempre ha sido muy inteligente, y nunca le faltaron ganas de
estudiar.
Entramos en el portal de su
bloque, y subimos en ascensor hasta el piso cuarto; abrió su puerta y entramos.
El piso era acogedor, con un par de habitaciones, el baño, y el salón junto a
la cocina. Nos sentamos en el sofá, y ella se levantó y dijo:
-¡Ups! Los cafés, se me olvidaba
hacerlos.
Se levantó y fue a la cocina a
prepararlos. La situación parecía muy extraña, no recuerdo cuándo fue la última
vez que quedé con alguien para tomar algo que no fuera una fumada. La verdad
que se está bien aquí sentado, esperando un café de una antigua amiga…me
gustaría tener más momentos como este, y no como los del barrio…no quiero esa
vida, quiero ésta. Lara llegó sosteniendo una bandeja sobre la que llevaba dos
tazas, una jarra con café, un azucarero, y un cartón de leche.
-¿Quieres leche, o solo?- me
preguntó.
-Solo, y con dos cucharillas de
azúcar.
Me lo sirvió y le di las gracias;
ella vertió un poco de leche en el suyo.
-Bueno- dijo Lara- tienes mucho
que contarme.
-¿Por dónde empezar?
-Qué tal por cuando decidiste
marcharte del pueblo.
-Creo que es lo más lógico.
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